viernes, 31 de julio de 2009

LA INJUSTICIA COJEA Y LLEGA




Por Orton Wuelles

Santiago, de cincuenta años mal vividos, se atemorizó ante las palabras de la niña. Apenas diez años de edad y ya estaba causándole una erección que ninguna mujer había sido capaz de causarle. Quiso alejarse pero no pudo. La vejez prematura, su vida solitaria y el onanismo le impidieron frecuentar el pudor.


La calle estaba desierta, como todas las calles en donde se puede cometer un crimen. La pequeña se metía un dedo en la boca. Sus dorados cabellos tenían un brillo apagado. Estaban organizados en dos trenzas inocentes que caían tiesas de la cabeza.


El anciano imaginó y rechazó lo imaginado. La niña continuaba metiéndose el dedo en la boca. Los labios eran húmedos, cual si acabaran de chupar una fruta o como si sonrieran en una tarde feliz y chorrearan babas llenas de dulce o de melcocha.


La niña lo llevó a su casa. Estaba sola. Entre los vericuetos del deseo, alcanzó a pensar que lo llevaba a su cuarto para exhibir orgullosa sus juguetes o, con miedo, el cadáver descuartizado de la madre y el cuerpo colgante del padre. Pero nunca supo cómo terminó desnudo, cómo se sintió impulsado a meter su pene en la vagina pulcra e incontaminada de la niña. Mientras apretaba el culo y llegaba al éxtasis, entre la luz que llegaba a sus ojos entrecerrados se filtró la imagen de una camisa de extraña forma cúbica. Cuando oyó el "me duele, me duele" de la niña, la miró a la cara. Más tarde recordó que la expresión de angustia le pareció falsa, como practicada frente a un espejo.


Había eyaculado en la vagina virgen y sangrienta. Era demasiado el semen que había escupido su poco usado órgano o gastado por las constantes masturbaciones apresuradas y caóticas. Sus cincuenta años aparentaban duplicarse. Tenía una cara de arruga mal formada, de vejez sucia y solitaria. Cuando volvió a su cuarto pensó en el crimen cometido: era rico, soltero y olía a orines y a soledad. No sabía que lo que acababa de hacer era comunmente conocido como violación: pero nunca había forzado a nadie ni la niña parecía haberse resistido. Se durmió tranquilo cuando imaginó la escena, las posibilidades de satisfacción que traería prolongar su relación con ella. La adoraba.


Dos meses después se vio enjuiciado. La cara de rabia de los asistentes tenía el ridículo rictus de los justicieros públicos. La niña lloró y confesó algo que parecía evidente. Santiago la había abordado en la calle y la había llevado a su casa conociendo la ausencia de los padres. Ella había sido forzada. Periodistas, ancianas beatas y dos o tres desocupados lo miraron con un odio fabricado para configurar la indignación pública. Fue odiado por televidentes y lectores de periódicos. Su cara fue exhibida en todos los medios.


La principal prueba del crimen: un video tomado por una grabadora encendida casualmente en la casa de la niña. Ahora sabía el porqué de la forma rectangular de la camisa. Ante tales evidencias el hombre no fue capaz de alegar inocencias o confesar culpas. Quiso ser condenado sin saber el delito cometido. Lloró un poco y se encasquetó la cara de perdón apropiada para el acongojado rostro de la niña abusada.




Cuando se vio en la cárcel y con el peso a cuestas de una graciosa cadena perpetua, se dejó golpear y violar por sus compañeros. Pensaba en su miserable vida solitaria, en su riqueza inaccesible que se había agotado con la indemnización a la familia, en el desprecio de las mujeres por su desagradable cara de galleta mordida. La tristeza se agolpó en su pecho. Nunca había sido amado por nadie. Había sido despreciado por etapas: en la infancia por juicioso, en la adolescencia por feo y en la adultez por ricachón.


Se vio aplastado por el cuerpo de cinco internos que le aplicaban la medicina de innumerables sangrías con el consolador filo de puñales hechizos. Murió, víctima de la indignación pública. En el proceso de ser asesinado recordó que la niña se le había ofrecido en la calle. Ella dijo que quería sexo mientras tocaba con la pequeña mano sobre la parte del pantalón donde podrían estar los testículos. Aún así no dejó de sentirse culpable cuando empezó a sentirse mareado y un sopor nubló sus sentidos.


La pequeña, soportando la verguenza de haber sido víctima de un crimen, pedía pequeñas sumas de dinero a sus padres. Nunca le negaban nada. La indemnización duró muchos años. Los suficientes para que ella pudiera olvidar el asunto. Pero por las tardes, hasta cumplir los dieciocho años, visitaba la casa de un anciano impotente y estéril con cara de sátiro. El hombre se ocupaba de organizar y adminstrar el dinero de las pequeñas. Desde joven, por su incapacidad sexual, se había aplicado en explotar mujeres y niñas, y educarlas para el chantaje. Era un negocio próspero. Ganaban dinero construyendo un complicado edificio de culpables y de indignados. Ya tenía un arsenal de pequeñas puticas a las que adiestraba en el arte de emporcar la vida de ancianos solitarios y ricachones.



sábado, 25 de julio de 2009

Yo sí creo en el amor verdadero



Me sorprende que los lectores de este blog sean más mujeres que hombres, suponiendo que ellas tengan un don para la vida social. Parece que la autora de este relato es más bien introvertida.





"YO SÍ CREO EN EL AMOR VERDADERO
Por Galeonora

Tengo cuarenta años y llevo feliz desde hace veinticinco. Vivo con la pareja ideal. Somos muy unidas. Nos amamos locamente. Nunca me ha fallado en una caricia. Antes de que la desee ya está invadiendo mi cuerpo con sus dedos. Me recorre toda. Nunca discutimos. Nunca. Hacemos oficios varios en la casa. No tenemos la dificultad de dividirnos el trabajo. Pero cuando llega la hora del descanso, no duda en complacerme. Es imparable. Parece invadir mi piel como un ataque de mosquitos en tierra caliente. Me hace sudar locamente. Quiere hacer palpitar mi vagina hasta que sangre. Yo también la acaricio. Es flaca y huesuda. No tiene curvas. Tiene una piel parecida a la mía. Se queda quieta cuando la acaricio. Se abandona como muerta al placer. Es ingeniosa. Me complace en todo y se deja complacer. Parecieramos compartir un mismo cerebro. Acariciarla da tanto placer a mi mano como a ella misma. La beso. Me enloquezco besándola. Nunca me ha fallado en un polvo. Nunca ha permitido que yo no llegue al orgasmo. Somos dos locas. Moriremos juntas: no tendremos que firmar documentos ni compartir anillos para saberlo. Somos simultáneas. Nos alternamos. Aquí está, la presento ante ustedes. Ha venido escribiendo su propio elogio. Se llama Teresa, mi mano derecha enferma. La que me hace el amor en las noches sin falta. ¡Qué buen polvo es mi mano derecha!"

Mi exnovio nunca supo ser sexy

Me atrevo a publicar en este blog un mensaje que me hizo llegar Frutamás, es una historia real, odienla o ámenla:
"... A ver, marica, ¿soy linda o no? Porque si no soy linda igual yo sé que sí lo soy. Me importa un culo tu opinión, ¿sabías? Bueno, no sé huevón, te lo pregunto porque me han pasado cosas super raras, marica. No, son unos videos super raros, como cosas que nunca me pasarían a mí, ¿me entiendes? Osea, yo soy una niña super bien, y pues, obvio, uno ve cosas raras en la calle pero nunca que le pasen a uno, ¿ves? No, mira, déjame yo te cuento y después opinas. A ese man lo abrí hace un huevo. No, no tiene nada que ver con él. Bueno, déjame ya, ¿ok? Por fa. ¡No me jodas! Empiezo... Bla bla bla... Estaba con Santi ... ¡No ese Santi, no! Ese huevón es un imbécil. No, nada que ver. Santi Peláez. Sí. Bueno. Y nada, como que ayer llamaron y yo dije 'marica, tengo un presentimiento'. Sonó mi cel. Y te lo juro, marica ¡Te lo juro, huevón! Que yo sentí como que era ese loco que tuve de novio, ¿te acuerdas? ¡Ay, a ver! ¡El cretino ese! Esteban. Sí, ¿te acuerdas que me lloraba por teléfono pidiéndome que volviera con él? Marica, era super intenso. Una mamera de man. Osea como que yo le dije, hey en serio, huevón, ábrete, ya nada contigo, ¿ok? Y como que el man nada que entendía, me tocó ponerle una caución. Y yo no sé, ayer presentí que lo iba a volver a ver. Mira, es que no sé, Esteban es como un episodio asqueroso de mi vida. Osea, era un seba de man. ¡Espérate! ¡Déjame terminar! Bueno, y Santi, que es divino, contestó. No reconocimos el número y nadie habló. Y pues, nada, como que yo asustadísima. Llamamos al número y aparecía como que estaba fuera de servicio, ¿me entiendes? Y yo, super paranoica, osea, huevón, terrible, marica, una mamera. No te imaginas. Bueno y yo no sé, yo tenía un paseo... Cuando íbamos saliendo de Bogotá, paramos en un chuzo inmundo, ni idea dónde. Bueno y yo pensé en el man, ¿ves? Super raro. Nada, pues me di cuenta que cada vez que estoy en un sitio inmundo, feo o de pobres, siempre pienso en el man. Es que Esteban era una seba: feo, inmundo. Cuando me invitó a su casa, como que olía a orines, ¿ves? Osea, una vieja como yo, huevón, me pregunto, ¿qué hacía con un man tan patético? Yo, que soy tan linda, buena onda, la verga de vieja, que me aguanto todo, andando con semejante moco. Marica, la casa ni siquiera tenía espejos. La única vez que me quedé a dormir cortaron el agua. El imbécil además era muy flaco y nunca tenía comida. Y, ¿te acuerdas cómo me rogaba? ¿Parecía un limosnero? Osea, yo, la más de las más, andando con ese huevón. A ver, uno no debe mendigar amor, marica. Realmente creo que esa es la peor equivocación que he cometido y el man era cero sexy, para nada atractivo. Bueno, yo pensé que me lo iba a encontrar en ese antro, por allá tomando o vendiendo droga, tratando de caerle a quién sabe qué guisa inmunda... Yo nunca quise a ese man, en serio, por eso cuando me huele como a mierda pienso en él, eso debe ser porque debe estar por ahí. Eso pasó ayer en ese paseo, y cuando miré el suelo, ¡me cagué del susto, huevón! Un charco de sangre, como mil ñeros por ahí cerca mirando el cadáver. Yo miré por encima, y no me equivoqué. Era él, huevón. Era él, marica. No tenía la parte de arriba de la cabeza, un ojo estaba colgando entre los dientes y como que tenía pedazos de cerebro por ahí chorreados. En serio, tenaz. Lo identifiqué porque era inconfundible esa jeta horrible de dientes torcidos. Yo me imaginé que lo iba a ver de otra forma. Todo borracho, mirándome de lejos. Como todos esos huevones sin esperanzas que me ven ahí en televisión y sueñan conmigo pero nunca podrán tocarme. Osea, el man fue indecente en la vida y en la muerte. Cero sexy. Ahora tenía que ver ese espectáculo bochornoso. No sé, pensé que iba a morir como un poeta, pegándose un tiro y escribiéndome una carta. Pero, huevón, a ver, ¿qué decencia o sexappeal puede haber en morir con la cabeza entre las llantas de un camión? En serio. ¡Qué muerte tan poco sexy!".

CIANURO EN LA SOPA DE MAMÁ

Piense en un cuchillo de sierra escondido en los calzoncillos para evitar requisas, en una sudorosa secreción rojiza sin toalla higiénica que salve los ajustados shorts (chores) blancos durante una tarde de aeróbicos, en el abrazo de un trastornado, que moriría por coleccionar las extremidades de su amante cual si de unas piezas de caza disecadas se tratara. De esto va el blog.
Ya existen y existieron miles de propuestas sobre una estética de lo feo. Aquí se rastrea una política de lo incómodo.
Es un espacio para los que usan el mouse con una mano mientras se divierten con la otra, para los hakimoris, los fanáticos de celebridades olvidadas, los que se enamoran de una caricatura porque no tiene granos en las tetas, los que siguen la trayectoria de grandes directores (como Joe D'amato y Mario Salieri), los amantes de la ciencia ficción guarra, los que disfrutan el morbo en todas sus encarnaciones, los que todavía planean la mejor forma de la venganza de los nerds, los que le inventan pasados obscenos a los superhéroes famosos, los que se pintan las canas pero siguen igual de calientes que en la adolescencia, los que pretenden pertenecer a tribus urbanas, los
que buscan entretenimiento barato, los que pretenden encontrar al asesino antes que el detective en los thrillers.
Dulces sueños....