martes, 11 de agosto de 2009

TRES PSICÓPATAS

Voy a contar la historia de tres psicópatas para demostrar la existencia de un horrible prejuicio. Todas se relacionan entre sí. Tal vez pongan en evidencia una culpa social de la que nadie es culpable, pero todos cargan con ella.
La primera historia trata sobre el matrimonio canadiense Paul Bernardo y Karla Homolka. La Barbie y Ken de las psicopatologías mundiales. Los más bellos y hermosos entre los hermosos. El Hollywood trastornado y macabro de los que usan puñal con funda de seda. Eran muy adinerados, de carreras brillantes.También fueron acusados de 43 asesinatos.
Los hechos se descubrieron tras una pelea en la que Paul golpeó a su esposa con una linterna. Ella denunció la agresión a la policía. Confesó crimenes en donde estaba incluída la violación y la tortura. Todo inició a principios de los noventa. Grababan videos snuff con sus víctimas: usualmente mujeres adolescentes entre 14 y 15 años.
Ella pertenecía a una familia de refugiados de la antigua Checoslovaquia, había sido un modelo a seguir en el Sir Winston Churchill School.
Pertenecía a una sociedad secreta de mujeres, el Club del Diamante, cuyo propósito era conseguir maridos ricos para las afiliadas. Se casaron en 1991. Su luna de miel fue en Hawaii. Celebraron con faisán y champaña.

La infinidad de videos de contenidos pornográficos y de torturas eran la prueba definitiva para que el marido fuera condenado a cadena perpetua y la mujer a doce años de prisión. Era una pareja muy chic, con extrañas formas de celebrar sus ritos de pareja.
La otra historia sucede en Colorado, su protagonista es Harvey Murray Glattman. Un hombre con mucho odio en el cuerpo, apodado desde niño como "el feo", "gorilita". Objeto de constantes desprecios por parte de su familia y compañeros de colegio. Lo opuesto a los dos burguesitos mencionados arriba, pero también psicópata. Creció con un constante deseo de venganza hacia las mujeres que lo rechazaban. Tenía un coeficiente intelectual superior a 130.

Sus orejas eran descomunales y sus ojos eran saltones. Empezó a criar una especie de frustración sexual. Era onanista. Robaba carteras y diarios personales con los que se masturbaba. Imaginaba fantasías con las adolescentes a las que hacía víctimas de sus robos.
En 1951 m
ontó un taller de reparación de televisores y se hizo fotógrafo. Tomaba fotos a modelos y aprovechaba la situación para violarlas y matarlas. Los cadáveres eran abandonados en desiertos. Más tarde revelaba las fotos. Al parecer se sentía orgulloso de las imágenes, las colgaba en la pared de su cuarto como trofeos. Por el testimonio de una mujer que sobrevivió a su furia se revelaron los crímenes. En 1959 fue condenado a pena de muerte. Sus últimas palabras antes de ser ejecutado fueron: "Es mejor así, tarde o temprano tenía que terminar así".
La diferencia y relación entre estos psicópatas es que suponemos que las psicopatologías nacen en ambientes malsanos, pero eso es totalmente falso. También pueden ser empolladas en pequeños lugares acojedores, en las estancias de los adinerados. Según nuestras filosofías idiotas todos los psicópatas buscan pareja en internet y se masturban con las fotos de las personas con las que hablan por chat. Suponemos que sus padres los violaban o que tienen un problema mental genético. Pero el matrimonio dorado de la Barbie y el Ken canadiense revelan un nuevo fenómeno. El nacimiento de un nuevo problema social. La psicopatología acecha en los camerinos de los cantantes de tropipop, en las salas de coctel para los desfiles de moda, en las grandes comidas y eventos sociales de las altas esferas de las sociedades. ¡Cuidado, niño que saliste de colegio prestigioso! ¡Alerta, niña que danzaste en pistas excesivamente brilladas con pulcros pañuelitos! El psicópata te puede estar mirando desde cualquier espejo. Esto se puede entender leyendo "American Psycho" de Bret Easton Ellis, o viendo "Hostel" de Eli Roth. Los asesinos en serie producidos por los pobres nacen de una necesidad insatisfecha y de ambientes malsanos. Mientras que los psicópatas que nacen de las clases altas son producto de un nuevo hobbie, el sucedáneo de esa frase célebre y sensual que se repite mucho: "hay que probar de todo".





jueves, 6 de agosto de 2009

LA PEOR PELÍCULA DE LA HISTORIA



Pink Flamingos (1972), del director John Waters, tal vez tenga la fama de ser una de las peores películas de la historia. Es como la popularidad inversa de las películas de Ed Wood: por malas se veneran esas producciones.

La diferencia que marcan las películas de Waters es que buscan el concepto de trash movies a través de pésimos argumentos, actuaciones deplorables y una horrible serie de sucesos asquerosos. Pink Flamingos tiene su repertorio: un hombre exhibiendo su ano cantarín; una escena pornográfica en donde un travesti, pasado de kilos, lame el pene del que interpreta el papel de su hijo; Divine come excremento de un french puddle, entre otros.

A pesar de los diálogos pésimos (pausas espantosas y diálogos prefabricados), de las escenas escabrosas que parecen juegos de niños revolcándose en el barro y del horrible parloteo posudo y la gritería insoportable del travesti Divine, hay una línea de acción que resulta interesante: la de la anciana Edie y el vendedor de huevos.

Edie es interpretada por Edith Massey, la gorda que ven en la foto. Es una mujer obsesionada por los huevos, por la historia de Humpty Dumpty y porque no se acaben las gallinas ponedoras. Ella es un verdadero homenaje a la porquería, a la cochambre, al mugre que todos tenemos dentro. Es la madre del protagonista. Ella duerme casi desnuda en una cuna, abrazando una almohada en forma de corazón y comiendo huevos "con sus dientes en recreo" (a veces, pedazos de huevo se le quedan entre las tetas voluminosas). Se comporta como una niña pequeña, llorando de forma desagradable o durmiendo con la boca abierta. Se despierta para preguntar por el vendedor de huevos, para reírse o asombrarse de la historia del huevo-hombre Humpty Dumpty o para mover la cabeza y repetir las mismas frases cien veces.

Hay algo de hermoso en esta reiteración en el mugre y lo antiestético. En esta tradición del mal gusto (bad taste), Edie pertenece al grupo de personajes maravillosos poseídos por las obsesiones. Su actuación, pésima como la de los otros actores, está enfangada en la grandeza de las repeticiones, las cabezadas para decir sí infinitamente y las risas desdentadas y desagradables que terminan por hacer que el espectador suelte algunas carcajadas. Es lo único rescatable de la película.

Tampoco debe dejarse a un lado el amor consumado del vendedor de huevos y la anciana. El matrimonio tiene un toque especial que puede remitir a la época de las cavernas. Una simple transacción entre amor y huevos, similar a la mujer primitiva cuando hacía trueque de sexo por piezas de caza que le ayudaban a recuperar el hierro perdido en la menstruación. Por esto la prostitución es el oficio más antiguo del mundo. Este matrimonio entre Edie y el vendedor de huevos resultó un negocio provechoso. El autómovil de recién casados es una "hermosa" carretilla para trasladar a la gorda a su bello nido de amor. Nido literalmente, donde el vendedor de huevos le dará su huevo.

La fama de este personaje permitió que Edith Massey, a finales de los setenta y principio de los ochenta, formara una banda de punk llamada "Edie and the Eggs".

Pronto en este blog publicaremos una biografía de tan hermosa diva.

miércoles, 5 de agosto de 2009

LA MEJOR RUMBA DE MI VIDA

Por Alejandro Córdoba S.




Era la mejor rumba de su vida. Nunca había bailado como hoy, ni nunca bailaría igual después. Las voces se aceleraban por momentos. Eran voces chatas, negras, perreadoras, eróticas. Por fin el reggaetón dejaba de lado la explotación de la mujer. La voz refería mejores explotaciones, intercambios y chantajes de flores, cenas y coqueterías ridículas por besos y ondulaciones ralentizadas.


Él se balanceaba al bailar. Estaba solo. Se movía por primera vez al compás de la música. Bajando con suavidad: con la dulzura propia de la gente que bailaba en la calle las populares canciones de la Plena panameña y su contraparte de Puerto Rico.


Nadie lo miraba. No hacía el ridículo. Cerraba los ojos. Su ritmo no se perdió cuando el discjockey cambió de género y sonó "Bonita" de Cabas. Sus ojos no se abrieron para registar el cambio de ritmo ni las emocionantes caras de las adolescentes idiotas que gritaban y le llenaban de babas la oreja a sus novios borrachos, casi ejecutivos, semi independientes, obligatoriamente elegantes y aburridos. Todos felices con sus vidas financieras y sus ratos de ocio.


Él seguía bailando solo. Aislado del mundo por sus ojos y por el balanceo encerrado.




- Jueputa, ¡salgan del baño ya!




Él bailaba sin saberlo. Olvidando sus problemas, su vida, sus alegrías. Olvidando la fiesta, su condición de cadáver colgante, la cuerda que le apretaba el cuello, los motivos de su suicidio y los gritos desesperados de los que le partirían el culo si estuviera vivo porque no los dejaban mear en el baño que habían pagado con el importe del cover.