Pink Flamingos (1972), del director John Waters, tal vez tenga la fama de ser una de las peores películas de la historia. Es como la popularidad inversa de las películas de Ed Wood: por malas se veneran esas producciones.
La diferencia que marcan las películas de Waters es que buscan el concepto de trash movies a través de pésimos argumentos, actuaciones deplorables y una horrible serie de sucesos asquerosos. Pink Flamingos tiene su repertorio: un hombre exhibiendo su ano cantarín; una escena pornográfica en donde un travesti, pasado de kilos, lame el pene del que interpreta el papel de su hijo; Divine come excremento de un french puddle, entre otros.
A pesar de los diálogos pésimos (pausas espantosas y diálogos prefabricados), de las escenas escabrosas que parecen juegos de niños revolcándose en el barro y del horrible parloteo posudo y la gritería insoportable del travesti Divine, hay una línea de acción que resulta interesante: la de la anciana Edie y el vendedor de huevos.
Edie es interpretada por Edith Massey, la gorda que ven en la foto. Es una mujer obsesionada por los huevos, por la historia de Humpty Dumpty y porque no se acaben las gallinas ponedoras. Ella es un verdadero homenaje a la porquería, a la cochambre, al mugre que todos tenemos dentro. Es la madre del protagonista. Ella duerme casi desnuda en una cuna, abrazando una almohada en forma de corazón y comiendo huevos "con sus dientes en recreo" (a veces, pedazos de huevo se le quedan entre las tetas voluminosas). Se comporta como una niña pequeña, llorando de forma desagradable o durmiendo con la boca abierta. Se despierta para preguntar por el vendedor de huevos, para reírse o asombrarse de la historia del huevo-hombre Humpty Dumpty o para mover la cabeza y repetir las mismas frases cien veces.
Hay algo de hermoso en esta reiteración en el mugre y lo antiestético. En esta tradición del mal gusto (bad taste), Edie pertenece al grupo de personajes maravillosos poseídos por las obsesiones. Su actuación, pésima como la de los otros actores, está enfangada en la grandeza de las repeticiones, las cabezadas para decir sí infinitamente y las risas desdentadas y desagradables que terminan por hacer que el espectador suelte algunas carcajadas. Es lo único rescatable de la película.
Tampoco debe dejarse a un lado el amor consumado del vendedor de huevos y la anciana. El matrimonio tiene un toque especial que puede remitir a la época de las cavernas. Una simple transacción entre amor y huevos, similar a la mujer primitiva cuando hacía trueque de sexo por piezas de caza que le ayudaban a recuperar el hierro perdido en la menstruación. Por esto la prostitución es el oficio más antiguo del mundo. Este matrimonio entre Edie y el vendedor de huevos resultó un negocio provechoso. El autómovil de recién casados es una "hermosa" carretilla para trasladar a la gorda a su bello nido de amor. Nido literalmente, donde el vendedor de huevos le dará su huevo.
La fama de este personaje permitió que Edith Massey, a finales de los setenta y principio de los ochenta, formara una banda de punk llamada "Edie and the Eggs".
Pronto en este blog publicaremos una biografía de tan hermosa diva.